Todo debe ser contado al menos una vez, aunque como había dictaminado un escritor con su autoridad literaria, deba ser contado según los tiempos, Javier Marías.

domingo, 24 de abril de 2011

¿Mi primer libro?

No, no lo recuerdo; pero sí recuerdo haber disfrutado de una colección bastante extensa de numerosos cuentos populares con ediciones de todos los colores y otros tantos de tapa dura, un poco más gruesos, y repletos de fábulas protagonizadas por animales y sus respectivas moralejas. No sé si aprendí algo de esos libros, aunque de algún lado tuvo que venir mi sensibilidad hacia los animales, el medio ambiente y la empatía con otros seres. De igual modo, envidiaba a los niños de aquellas películas en las que sus madres les leían un cuento antes de dormir. Ahora añoro cuando convencía a mi madre para que lo hiciera a la vez que ella intentaba convencerme a mí de que cerrara los ojos para conciliar el sueño. Pero yo era mucho más lista y ansiaba tenerlos de par en par para conocer la historia de principio a fin. La majorette, ese era el cuento que más veces he oído antes de acostarme, y no es que fuera de mis preferidos pero me llamaba la atención que ese libro apareciera por casa. ¿Repercusiones? Por suerte no me he convertido en una majorette, pero sí visto uniforme en Semana Santa y desfilo por las calles de Málaga, a falta de bastón, con un saxofón colgado al cuello.

Pero hay algo que ahora me agobia, un sueño totalmente imposible de cumplir que hasta hace unos años parecía no importarme en absoluto: leer todos los libros del mundo, y más si cabe. En mi infancia he llegado a leer Kika Superbruja y los indios cerca de una decena de veces; y lo mismo ha ocurrido con otros libros. La razón no es que ya hubiese devorado todas las obras de las estanterías de mi casa, ni mucho menos los de la biblioteca del colegio, si no que la lectura que percibía en aquellos era suficiente para dar rienda suelta a una imaginación de la época. Y a pesar de ser de la generación Harry Potter, La brújula dorada y otras sagas, he disfrutado de igual forma con Sandokan y Los Tigres de Malasia. Pero con Kika era todo mucho más fácil. Luego llegaron Unamuno, George Orwell, Aldous Huxley, Jostein Gaarder, y el mundo de las letras comenzó a complicarse. Autores como Francisco Ayala siempre me han resultado un poco duros. Pero los libros de Carlos Ruiz Zafón me enamoraron, igual que me enamoran los versos de Neruda y de toda una generación de poetas del 27.

Me apasioné por los cómics. Y no es que haya perdido la pasión, sino que me cansé de superhéroes que nunca venían a salvarme. Leí El principito y me emocioné. Lo volví a leer en su lengua original y el encanto seguía intacto. Ahora me esperan el último Premio Planeta de Mendoza y El túnel de Ernesto Sábato. Pero la verdad es que no sé cuántos libros se me escaparán de las manos, con cuántos me quedaré con las ganas de leer, cuáles dejaré a medias, compraré y cuáles leeré gratis de Internet, cuáles liberaré, cuáles me quitarán el sueño, cuántos leeré antes de ver su estreno en el cine, ni qué autores serán capaces de transmitirme y aportarme algo. No, no puede adivinarse el futuro de estos libros ni el pasado de aquellas historias y biografías de escritores y periodistas que han mantenido la vista fija, como yo cuando quería atender al final del cuento. No podemos enumerar todos los libros que han variado nuestra visión del mundo por momentos, que nos han hecho reír o llorar, que nos han ayudado a ser más fuertes y que han cambiado el paisaje por completo. Sólo podemos elegir varios de entre los miles que se nos ofertan; fantasía o historia es lo de menos, lo importante es que cada uno de ellos nos aportará, en mayor o menor medida, una palabra, una frase, quizás toda una historia entera, que nos hará crecer. Feliz día del libro.

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